El viejo Fito, postrado frente a mis ojos, con su lengua tan obstinada como cierta, proponiendo una vez más que la desdicha se comerá al humano.
Sin titubear, mis oídos lo recibían con amabilidad, él merecía mi atención. Sin embargo, dentro mío, se gestaba una réplica implacable.
Su vida, y en sí, la de todos, confirmaba cada una de sus palabras, que recorriendo escombros del pasado me sumergían empáticamente en lo que éste trapo roto había sangrado.
Mis ojos no se distraían, todo querían saber, pero cuando llegó el momento justo, quite mi sombrero y mis guantes, como si me fuera a tomar un tiempito, necesitando de comodidad, lo que iba a esgrimir:
- Fito, te equivocás, entiendo que tu historia no haga más que suprimir los anhelos de libertad de cualquier mortal, pero qué clase de alma joven sería, si el pasado, tuyo, mío o de cualquiera, decidiera por mí... Sé que soñar para ti es ilusorio, pero es menester vivir en mi ilusión, luchar y morir por ella. Proyecto eso y no ser dentro de cincuenta años, un Fito más allá de las orillas de un café, entristeciendo corazones. Te pido perdón, Fito, si no tengo los artilugios necesarios para distraer tu mente de lo que ya se ha convencido. Pero aún así, debo saltar el fuego, apretando los párpados, sabiendo que no sé, valga la paradoja, lo que me espera.
Fito, vivir es parte de la vida, debemos creer que es posible otra realidad, por más que los de su especie nos crean innecesarios, los optimistas seguiremos latiendo... Hasta que algún imbécil, como te gusta llamarlos, se percate de nuestro sonido.
Emanuel Bisiglia
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